Hace unas semanas, publicamos una columna titulada Septiembre: mes de inicios y, ¿de finales?. Fue la primera entrega de un formato de «Ping Pong» entre dos voces muy especiales: Ingrid Ruiz, deportista de alto rendimiento, corredora del equipo Massi Tactic y apasionada de la filosofía 24/7, y Mireia Benito, representante española en los Juegos Olímpicos, una de las ciclistas nacionales con mayor proyección y ganadora de la primera prueba de la Copa de España de Gravel. En este segundo artículo, ¡la pelota está en el campo de Mireia!
Mireia Benito
¿Sabes lo que es estar tocado por una barita? Yo la verdad es que no porque aunque he sido testigo de algunos casos, nunca he sido ejemplo de ello y esto ha sido mi gran suerte. Han tenido que pasar varios años para darme cuenta de que lo más bonito que me ha pasado en mi vida deportiva es tener que empezar de cero.
¿Pero a qué viene toda esta historia? ¿No teníamos que hablar de cuál era la verdadera victoria? Pues sí, todo esto va sobre la victoria más grande que uno puede conseguir en su vida deportiva, pero antes debo poneros en contexto.
Me adentré en este deporte por casualidad (si acordamos que esta existe) y con muy pocas ganas, no os voy a engañar. Una lesión de rodilla me hizo empezar la práctica deportiva más aburrida que conocía en aquel entonces, el ciclismo de carretera.
La primera bici que tuve el placer de utilizar fue una BH amarilla de 14 kg de cuando mi madre era joven (lo siento mamá por confirmar en público que ya no lo eres) que nos iba unas 40 tallas grande a las dos. La equipación tenía que combinar con tal elemento prehistórico, de manera que heredé uno de sus conjuntos del Decathlon, que llevaba 10 años descansando en el armario de casa. Con ese look retro pude vivir el primero de los tres momentos más importantes de mi vida deportiva; superar los 20 km/h de media de velocidad en un recorrido de unos 15 kilómetros prácticamente llanos.
Mireia Benito con su primera bici.
Escuché muchos comentarios de la gente que decía que para menos de una hora, no se ponían ni el culotte, con un cierto tono humillante que me ofendía bastante. Mis 45’ de deporte me parecían más que dignos para complacer la finalidad de mi entreno; vivir la sensación de libertad.
No tardé mucho tiempo en pasar del odio a la curiosidad por el ciclismo y con esta empezaron también las emboscadas de mis amigos, que terminaron apuntándome a un equipo de competición. No os podéis imaginar cómo me brillaron los ojos al recibir la primera equipación del equipo ¡GRATIISSSSSS!. Desempaquetaba las prendas de una en una, disfrutándolas y tocando sus licras intactas, pensando en la suerte que tenía de poder jubilar el conjunto de mi madre y así abrir las puertas a una nueva etapa.
Con las nuevas equipaciones llegó también la bici de mis sueños, una Specialized de carbono de segunda mano, esta vez únicamente un par de tallas más grande de lo que necesitaba. Creo que le saqué más fotos a esa bici que la propia marca hizo en su momento para lanzarla al mercado. En ella y junto a los espónsores personales más fieles de mi vida (mis padres), viví el segundo momento más importante de mi vida deportiva; superar los 100 km en un solo día.
Empezó la competición y con ella aumentaron las horas de entreno, las lesiones y la necesidad, ahora sí, de tener una bici a mi medida. Tuve la suerte de tener un entorno socioeconómico (y una familia) que me permitió ir avanzando e invirtiendo lo justo para poder aprovechar cada momento hasta llegar al que resultó ser el tercer momento más importante de mi carrera deportiva; obtener un contrato profesional. Soy consciente que me he saltado muchos capítulos de mi vida deportiva en este párrafo, pero ya volveremos a ello en otras intervenciones.
Si ya alucinaba con la equipación gratis de mi primer equipo, imaginaros al recibir una caja entera de ropa. Me pasé la adolescencia ahorrando y acumulando días festivos para pedir material de Castelli prenda a prenda y ahora me estaban dando una muda por cada día de la semana: ¡IN-CRE-Í-BLE!
Mi sorpresa vino al empezar a hablar con algunas de mis compañeras, ciclistas que desde jóvenes ya formaban parte de estructuras profesionales, que se quejaban porque la ropa no era suficientemente aerodinámica para ellas, el staff no preparaba los pastelitos de arroz del sabor que ellas habían pedido y el Garmin no era el modelo que esperaban.
No puedo esconder que se me rompió el corazón al ver lo poco que valoraban todo lo que nos daban. Si no somos capaces de valorar los esfuerzos de los demás para que nosotros podamos perseguir nuestros sueños, ¿Cómo vamos a valorar el trabajo que un compañero haga por nosotros? Aunque a ojos de muchos el ciclismo es un deporte individual, estaréis de acuerdo conmigo que un líder sin equipo no gana y que un gregario será un gran gregario cuando el líder sea un gran líder. Si se acostumbra a los ciclistas más jóvenes a tener cuanto pidén y a disponer de todo sin que sean conscientes de que la oportunidad que tienen delante es un privilegio, difícilmente llegarán a valorar y a agradecer el esfuerzo de sus compañeros el día que los ayuden; por no hablar de la opinión que tendrán para prestar su propio esfuerzo para un bien común.
Cada vez el ciclismo profesional depende menos del talento de cada corredor y más de intereses empresariales, comerciales o sociales. Con esto no quiero decir que los que pasan a profesionales no tengan talento, sino que hay muchos que nunca pasarán aunque estén a un nivel parecido. Hace unos años, todos los que competían y conseguían un contrato profesional lo hacían iniciándose con el material de casa y con la motivación por motor. Ahora, en cambio, en función de tu apellido quizás ya tengas medio pie dentro, en función del material al que puedas acceder, de tu nacionalidad, de tus amistades, de tu poder adquisitivo (o el de tu familia), en resumen, en función de muchas cosas que se relacionan contigo, pero que no dependen de ti.
Mireia Benito en los Juegos Olímpicos de París 2024.
Desde mi punto de vista no es el haber llegado aquí la victoria, sino el cómo lo hemos hecho; de una forma responsable y disponiendo de los recursos justos y necesarios para tener que aprender a exprimir y a valorar cada pequeña mejora y cada esfuerzo. Porque esto no va de llegar la primera. Ni tan siquiera va de llegar. ¿Puede ser que esto vaya de la pasión por lo que hacemos?
Mireia, Llorenç del Penedès: 1996. Con orígenes en el baloncesto y la alta montaña como actividad de fin de semana familiar durante gran parte de su vida, empezó a montar en bicicleta con el objetivo de sumar horas de actividad física cuando una lesión la apartó de la pista y de las canastas. Poco a poco esa actividad que, a su parecer, era dura y aburrida a partes iguales, se convirtió en una adicción pasional que la llevó a competir a nivel regional. Lo que tenía que ser una terapia se acabó transformando en un estilo de vida que la ha llevado a cumplir el mayor de los sueños de todo deportista; participar en unos Juegos Olímpicos. Así es Mireia; comprometida y pasional hasta la médula. ¡Con estudios superiores en biotecnología, sus habilidades analíticas son el complemento perfecto a su empeño que se resume en su propio lema de vida: «hay que perder el miedo a perder: ir con todo!».
Mireia Benito